Llegamos a la funeraria antes del muerto, antes de los carros de servicios necrológicos, antes de saber que los cadáveres hacían colas, antes de la autopsia en el hospital, antes de todo. La oficina parecía un ataúd pequeño, con buró de madera, papeles fotocopiados, dintel curvo –como la parte superior de una caja, tamaño humano promedio– y una salida al fondo, que en cualquier momento alguien taparía.
Es el festival Longina —dedicado en este 2024 a Pablo Milanés y a las cuatro décadas de El Mejunje— y estás en Santa Clara, en el centro del país y en el mismísimo medio de tu pecho, que se expandirá por estos días con todos los sentimientos que pueden estremecer un pecho humano.
Si las cosas siguen como van, cada vez me convenzo más de que, a la corta o a la larga, serán esos que desde arriba deciden sin contar con los de abajo, los que paguen el precio.
«¿Qué es la felicidad?», vuelve a preguntar MG y yo dije que no tengo una repuesta, que aún la estoy construyendo. De los guajiros, en sentido general, tampoco sé. Habría que preguntarles uno a uno.
Cuando te vas de Cuba sabes que existe una posibilidad enorme de no regresar. El exilio comienza desde que piensas en la necesidad de buscar una vida en otras tierras y no ves más allá del qué comeré mañana.