«Ser puta y que te respeten, es complicado»: el trabajo sexual en Cuba

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Plaza Vieja. Un sábado cualquiera, sobre las 9:30 p.m. Bajo los arcos de edificios centenarios, caminan turistas distraídos con sus cámaras, tomando imágenes de un lugar que al caer la tarde se vuelve mágico. Los niños, muchos acompañados por sus padres, corretean detrás de voladores de colores que con magia cromática se unen a los reflejos que disparan los vitrales de las mansiones que rodean la plaza.

En una de las esquinas, la de Muralla y San Ignacio, están dispuestas las sillas de la cervecera Plaza Vieja. Ya es costumbre que cuando el establecimiento cierra sus puertas, el mobiliario quede a la intemperie y las personas, en una especie de picnic, se sienten en ellos y compartan hasta altas horas de la noche. En una de las sillas, sola, está Marlene, una muchacha de 22 años que, tranquilamente, toma cerveza.

Marlene se autodefine como jinetera[1]. Antes de que nos contara parte de su historia, la exestudiante de Pedagogía lo deja muy claro: Nosotras, dice, no trabajamos normalmente con cubanos. «Si antes no se hacía, ahora menos. Preferimos a los clientes extranjeros que son los que traen los dólares y los euros. Realmente es muy rentable y lo hacemos con mucho gusto».

Como ella, en esta zona de La Habana Vieja coexisten varias muchachas que ejercen el trabajo sexual ante las necesidades económicas que nos afectan a todos. Muchas son casi niñas, otras, estudiantes o trabajadoras; pero todas parecen desear lo mismo: conseguir divisas.

Cuenta Marlene, nacida en un municipio de la periferia capitalina, que sus padres le insistieron en que estudiara una carrera después de terminar el 12 grado. Su hermano es historiador y varios años mayor que ella, pero hace unos meses salió de Cuba por la llamada ruta de Nicaragua[2]. «Fue a ver volcanes», agrega risueña. Cuando comenzó a estudiar Licenciatura en Español-Literatura en el Instituto Superior Enrique José Varona, llevaba una relación de siete meses con un antiguo compañero del preuniversitario que también salió del país.

«Desde ese momento me di cuenta que la escuela iba a ser un atraso para mí. La realidad del día a día con el transporte, el almuerzo y la ropa me golpeó como nunca pensé que podía ser posible. Con la separación de mi novio y todo en general, casi llego a la depresión. Una amiga del barrio, mayor que yo y que había sido novia de mi hermano, me embulló a acompañarla a un bar del Vedado. En el sitio realmente se disfrutaba…y había muchos yumas. Al final de la fiesta podría ser que alguno te llamara y pudieras compartir con él en un lugar más íntimo».

habana vieja
«en esta zona de La Habana Vieja coexisten varias muchachas que ejercen el trabajo sexual…» Foto: Pixabay

Esa primera vez, me cuenta, se sintió avergonzada por la ropa que le prestó su excuñada: un vestido extremadamente escotado que le dejaba la espalda al descubierto, exageradamente maquillada y, como seña identitaria que delatara su razón en el lugar, dos infantiles motonetas agarradas con un lazo de un rojo muy fuerte. «Me sentía una mamarracha», recuerda.

No se extiende explicando esa noche; solo hace mención al temor que le recorrió todo el cuerpo cuando, al cerrar el sitio, un portugués la invitó a un recóndito restaurante cercano al malecón. De ahí le sugirió acompañarlo a su hospedaje y sucedió lo inevitable.

Con menos miedo del que ella misma creía tener, se entregó al que hoy considera su primer cliente. Pero desde ese día, al recibir casi 200 euros, entendió que ese era un camino que le aligeraría las cargas económicas diarias y le entregaría nuevas experiencias. «Además, que lo disfrutaría muchísimo».

Luego le pregunté por un tema que ya es recurrente en los últimos tiempos cuando se habla del trabajo sexual: la sindicalización. Ante esto se muestra indiferente.

«Aquí a pocas les interesa el trabajo en equipo, cada una lucha su yuma como puede —dice—. Lo que si vemos que alguna puede complicarse, lo mismo con la policía o con el cliente, todas vamos a apoyarla. Son muy pocas las que tienen un chulo; esa época ya pasó. Las que más tiempo llevamos tenemos un grupo en WhatsApp, ahí organizamos las zonas de cada una y las tarifas para servicios, y claro, nos contamos experiencias. Eso sí, sin que ninguna sobresalga sobre otra. Nosotras no somos una sucursal de la FMC —sentencia y suelta una carcajada—, aquí estamos para la lucha, aunque a veces se crean relaciones que tienden a volverse casi familiares».

Y mira el reloj, es temprano, aún hay tiempo para otra cerveza y seguir conversando. Tras el primer sorbo se declara muy orgullosa de su trabajo sexual. «Empecé siendo casi una niña, pero para este trabajo hay que alejarse de la mentalidad infantil. En estos últimos tres años se han transformado muchos de mis paradigmas y, sobre todo, he encontrado la parte humana de este mundo que está presente en cada etapa de la historia. Ser puta, como te dicen, y que te respeten, es complicado; aunque la gente ya empieza a ver eso como algo normal. Al final, siempre hemos existido. Quisiera seguir estudiando, claro, pero afuera. Arte o Lenguas Extranjeras, portugués, sobre todo. Sin embargo, ahora no me imagino haciendo otra cosa que no sea esto: brindar placer. Ya cuando me vaya tendré tiempo para otras cosas».

El ejercicio de la prostitución en Cuba no es un fenómeno excepcional. Aunque desde 1959 se ha intentado mostrar como un rezago de la etapa republicana, hoy existen en el país quienes sostienen su vida, totalmente, con el trabajo sexual.

—¿Crees que este ejercicio sea una forma de relación abusiva, violenta o esclava? —le pregunto.

—Todo lo contrario —responde tajante—. Soy yo la que decide si irse a la cama o no con la persona que reclama mis servicios. Han sido más veces de las que te puedes imaginar las que he dicho que no.

Las cifras sobre prostitución, así como la existencia de debates abiertos sobre el tema, son escasos desde el prisma gubernamental y cuando se realizan están permeado de un cariz negativo, al victimizar a quienes lo ejercen y acercarse al tema desde una perspectiva estigmatizante. El sitio Cubadebate le dedicó dos extensos artículos en febrero de 2022, en los que se entendía el trabajo sexual como una condición de placer vacío o búsqueda de enriquecimiento. Se le nombra como un problema; nunca como una decisión personal expresa.

En el año 2017, a propósito de la celebración en La Habana del Segundo Simposio Internacional Berta Cáceres in Memorian, la directora del Centro Nacional de Educación Sexual, Mariela Castro, señalaba cómo el tema de la prostitución era «algo que suele soslayarse y no convertirse en asunto de política», así lo citó el artículo que días después, con motivo del evento, publicara Cubadebate. Otros trabajos se centran en la labor del proxeneta, los traumas de algún travesti que se vio lanzado a prostituirse o la historia típica de chicas engañadas por hombres malvados, reiterando un guion donde el capítulo final tiende a ser una diatriba sobre la situación económica del país y las necesidades que sufre la población. Se tiende a invisibilizar entonces el factor humano. Incluso el reconocido libro Habana-Babilonia[3], está marcado por esta mirada sesgada sobre el tema. Pese a ser uno de los textos más relevantes en cuanto al tema y una extensa investigación que abarca entrevista, testimonio y análisis, mantiene muy marcada la idea de que el trabajo sexual responde a traumas o preferencias hacia una manera de vivir facilista y pusilánime.

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Portada de «Habana Babilonia: o Prostitutas en Cuba», libro de Amir Valle. Foto: Amazon

Hay un déficit en investigaciones nacionales —al menos públicas— que examinen el fenómeno desde una perspectiva donde se acerquen a quien ejerce el trabajo sexual no como un objeto, sino como sujeto que decide plenamente sobre sus actos; que aborde el trabajo sexual como una decisión y no siempre como una salida coyuntural ante la difícil situación económica. 

Sentados en la Plaza Vieja, Marlene me asegura que si ella volviera a nacer, sería jinetera. «Empezaría antes», aclara. «Aún con sus riesgos, es un trabajo que me hace sentir tan digna como cualquier otro porque en él reconozco mis fortalezas». 

El Código Penal cubano (Ley 151/2022), en su Sección Segunda, condena los delitos de proxenetismo y otras formas de explotación sexual, sin embargo, no sanciona el ejercicio de la prostitución, lo que permite que nadie sea procesado por este sino, en cualquier caso, por Estado de peligrosidad. Hasta la promulgación de dicha norma, se les achacaba el delito de peligrosidad predelictiva, un eufemismo donde cabía cualquier acto que medianamente pudiera ser considerado pernicioso. No obstante, debido a su carácter clandestino y variable per se, no existen estadísticas que sean capaces de aportar números sobre una realidad que forma parte de la cotidianidad del país y la ley se aplica solo en casos de reincidencia, o cuando implique menores.

Marlene quiere un carnet que la haga una jinetera legal, dice. Para ella esta sería la solución efectiva a una situación que no se va a erradicar: «A veces debo darle al policía que me aborda 4 000 pesos para que no me lleve, otros son más exigentes y me obligan a estar con ellos. Generalmente son muchachitos que tienen mi edad y entonces imagino que es mi novio, el que se fue».

¿Qué garantías entonces pudieran tenerse para quienes se dedican al trabajo sexual en Cuba? En cualquier caso, todas estarían supeditadas a la voluntad estatal de reconocer este ejercicio como un trabajo legal, sujeto a las protecciones laborales que tiene cualquier otro trabajador —acumulación de años de trabajo o derecho a recibir un pago por concepto de licencia de maternidad, por solo citar un par. 

Se trata de dejar de entenderlo como una falla del sistema y acompañar a estas personas en la práctica segura de su trabajo.

En un ejercicio conjunto, las organizaciones civiles —gubernamentales e independientes— pudieran realizar un mapeo de estas personas y brindarles no solo acompañamiento, sino capacitación, seguridad, y educarlos en formas de asociación o sindicalización, y apoyo. De esta manera estarían protegidos ante casos de extorsión o abuso.

Proyectar una política de concientización social general y sensibilización en torno a los trabajadores sexuales ayudaría a comenzar a generar una cultura desprejuiciada y no estigmatizante hacia este trabajo. 

Pero hablar o debatir sobre legislar garantías, o abordarlo desde el periodismo, conlleva que se escuchen las historias de cerca. La propia Marlene me habla de cuán necesario es un espacio de debate e intercambio con quienes ejercen el trabajo sexual. La experiencia que se podría compartir ayudaría a comprender y sobre todo respetar a quienes bajo distintas circunstancias lo ejercen. Sería un espacio donde «la comunidad» —así la nombra— tendría oportunidad de explicar en primera persona los pormenores de una labor que no es solo dar placer, como muchos imaginan. 

Y entonces Marlene se levanta, recoge su bolso pequeño y discreto, termina la cerveza e improvisa un abrazo. Tras uno pasos, se voltea y pone la mano sobre el pecho en señal de despedida. La noche para ella apenas comienza y se adentra en las calles de La Habana Vieja, como una antigua conocida.


[1] Cubanismo que describe a la persona que ejerce la prostitución específicamente con extranjeros.

[2] Ruta alternativa y azarosa que desde finales del año 2021 han tomado miles de cubanos para llegar a los Estados Unidos que consiste en atravesar, desde el país centroamericano hasta la frontera sur del país norteño.

[3] Publicado en el año 2008, este libro del escritor cubano Amir Valle, es una especie de ensayo investigativo con formato de novela donde se intenta retratar el mundo de la prostitución, las drogas y la corrupción. 

5 COMENTARIOS

  1. La mayoria de las jineteras son el tipo de mujer para quienes la apreciación hacia su físico es importante y la disfrutan. No tienen por qué no hacerlo transaccional, siempre que sea de forma voluntaria.
    «Marlene» aparentemente ha tenido el privilegio de no haberse topado con alguien que resulta ser un degenerado en la intimidad, que le vierta una droga en el trago o la comida, o que decida irse sin pagar. Por no hablar de situaciones más extremas. De esto no la salva un carnet de sindicato, sólo trabajar en un prostíbulo con normas claras y personal complementario que las hagan cumplir. Entonces, ¡vamos a repartir carnets y permitir los prostíbulos como en Holanda! Y vamos a soñar conque, en un país donde mucha gente prefiere vivir en un derrumbe en la Habana que en su casa del interior del país… Donde el salario promedio de un trabajador igualmente sindicalizado y supuestamente protegido no rebasa los 13 dolares… La legalización de la actividad sexual y los prostíbulos no van a propiciar delitos de extorsión económica al empleado ni actividades ilícitas como tráfico de drogas, personas, órganos o secretos empresariales. Tampoco robos, asesinatos ni sobredosis o abusos sexuales.
    Basta conversar con las cubanas recien llegadas a Miami que se convierten en gogoseras bajo contrato, para imaginarse el «gran impacto» que tendria extrapolar políticas y legislaciones de países que están en las antípodas de Cuba sin el reconocimiento de los derechos civiles de los ciudadanos que sirven de base a aquellas. Sólo se le estaría proporcionando cobertura legal al sufrimiento de quienes, aparentemente, no han tenido la suerte de Marlene.

  2. El artículo se deja leer y ofrece su perspectiva de la filosofía y psicología del oficio más antiguo del mundo en la contemporaneidad cubana. Hay más visiones y perspectivas de la prostituta cubana no me quedan dudas, pero considero que no debe soslayar que la superestructura social está determinada en última instancia por la base económica… y el artículo me lo refleja claramente en las declaraciones que ofrece la prostituta entrevistada.

  3. Muy interesante este trabajo. Toca puntos que son una línea roja para feministas de avanzada en la Europa de estos dias. De hecho en España quieren prohibir la prostitución. Uno de los puntos es acabar de reconocer la existencia de la prostitución sin sonrojos ni complejos. Ir eliminando el termino «jineteras» conque se identificó. Existen en Estados Unidos y eventuamente son perseguidas por la policía, Soy testigo en Miami de esa realidad. Unas lo hacen bajo la supervisión de los proxenetas, algo que sí debe ser considerado ilegal, sobre todo cuando media el mundo de la droga y la trata de personas. Pero he conocido a muchas que lo hacen por su cuenta. Lo conocí en la Polonia socialista de los años 70 (finales) donde la prostitución se ejercía con normalidad y no era objeto de la crítica social ni política. Se perseguía a los proxenetas y la existencia de lugares dedicados a su ejercicio. Las prostitutas contaban con un carnet de salud, que era obligatorio, mediante el cual tenian que someterse a chequeos médicos gratuitos y obligatorios para renovar el documento que regularizaba su situación. Nadie se metia con aquellas mujeres y se les respetaba. Esto a pesar de que Polonia en aquellos años vivia bajo el «ferreo» dominio moscovita y el no menos riguroso conservadurismo católico, que hoy se ve cada vez más menguado bajo las politicas de los gobiernos que en ese país estan torciendo la cerviz ante el proyecto globalista que nos amenaza. La joven tiene claro el punto de la legalidad, la dignificación de su estatus y la posibilidad de erechos, como el de contar con un documento legal y otros de tipo laboral. Claro que lo ideal sería la existencia de una economía donde no sean en absoluto las presiones de tipo económico las que insidan en la decisión de ese medio para subsistir, pero que ciertamente, de una manera u otra, nunca ha dejado de existir en sociedades incluso con niveles muy altos de vida y sin la problematica de Cuba o naciones inmersas en situación de pobreza extrema.

  4. ¿Quién es el dueño de una mujer?

    Una mujer no tiene dueño. Está prohibido matarle— es decir, quitarle su cuerpo. También está prohibido esclavizarla —es decir, obligarle a hacer lo que no quiere … o no hacer lo que quiere.

    Pero eso no es exacto. El estado puede obligarte a hacer algo que no quieres, con lo que te convierte en esclava.

    Estoy en contra de la esclavitud de las mujeres. Por tanto, opino que tienen derecho a hacer con su cuerpo lo que quieran, con la única limitación de no dañar a nadie.

    Lo mismo me vale para cualquier persona.

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Haziel Scull Suárez
Haziel Scull Suárez
Graduado de Artes Plásticas y Licenciado en Historia. Especializado en el discurso de la imagen, el cómic y la cultura de masas. Ha publicado dos libros de historietas y varios artículos sobre la actualidad del arte y la cultura cubanas

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