Alumnos

Creo que mi sentido del humor y mi experiencia como comediante han mejorado la calidad de mis clases a lo largo de los años. He ido puliendo mis recursos a base de usarlos y usarlos.

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Me gusta enseñar. No lo suficiente para haber escogido una carrera pedagógica, pero sí para perseverar y tomar opciones que incluyeran la posibilidad de impartir clases. Soy matemático, con una maestría en Estadística, y esa es una materia con la cualidad de estar en los planes de estudio de muchas carreras, y a la vez ser odiada con mucha fuerza por miles de personas que sienten que los están torturando con algo que no van a necesitar nunca.

He impartido clases de Probabilidades y Estadística en Ciencias de la Computación, Matemática, Psicología, Sociología, Geografía, y Bibliotecología. Le he dado clases de Matemática a futuros bioquímicos, microbiólogos y biólogos. He sido alumno ayudante, profesor de clases prácticas, conferencias y cursos optativos. He ofrecido cursos de postgrado y he trabajado en el curso regular diurno, en el curso para trabajadores y en la Municipalización, ¿se acuerdan de eso?

Las primeras experiencias fueron apoteósicas. Corría mi primer año como estudiante en la carrera, y producto de la combinación de cierta iniciativa gubernamental y de mi entusiasmo por la docencia, me vi ubicado en la escuela primaria y secundaria Camilo Cienfuegos, de Lawton, que había sido mi centro de estudio años atrás. Allí tenía la responsabilidad de impartir a 6to y 7mo grado clases de Biología y Computación, respectivamente.

El parque tecnológico para Computación consistía en tres o cuatro computadoras IBM que se conectaban a televisores Caribe. Sí, no miento. Así de viejo soy. Había dos posibilidades: un cartucho de herramientas para el sistema operativo y un juego para aprender mecanografía que se podía usar en modo duelo. Hice empatía enseguida con el grupo, y como mi principal objetivo era mantener el interés del auditorio, utilicé un tono relajado para dirigirme a ellos y no fui excesivamente riguroso en la exigencia del respeto que mi rango merecía. Eso fue una buena decisión, hasta que de pronto, ya no lo fue más.

Organicé un torneo de eliminatorias en el juego de mecanografía y me incluí como competidor. Bajé mi nivel para hacerlo entretenido y de pronto me vi en la final enfrentando a un mulatico vivaracho y risueño. Le gané los dos primeros matches, y decidí dejarle ganar el tercero. Al muchacho le iba la vida en ello, y sus compañeros lo apoyaban con gritos que yo tenía que contener constantemente. Se asomaron maestras de expresión recia un par de veces. En el momento en que se consumó la victoria de mi alumno, en el tercer set, se levantó de súbito y sin poderse contener me gritó: «¡Tomaaaa!¡Pa ti, perro!» Allí acabó el torneo, la clase y mi tono distendido. Tuve que fingir enfado y hacerme el que regañaba fuerte cuando por dentro me desternillaba de la risa.

Creo que mi sentido del humor y mi experiencia como comediante han mejorado la calidad de mis clases a lo largo de los años. He ido puliendo mis recursos a base de usarlos y usarlos. La respuesta pronta y aguda, el ejemplo simpático, y el manejo de los tiempos y las sonrisas, son herramientas tremendas.

En una ocasión, frente a un grupo de Psicología, un estudiante muy bueno, pero de estos que un minuto después que has dejado atrás un tema es que comienza a hacer preguntas y repite ese modus operandi con frecuencia, me dijo en clase: «Profe, si esta clase de Estadística fuera una película, sería un drama bélico». Yo respondí: «Y si usted fuera una película, tendría los subtítulos corridos». A continuación, risas generales y adecuada pausa para un contenido denso.

En todos los grupos de todas las carreras, e incluso a todos los niveles, hay estudiantes que prefieren copiar palabra por palabra lo que dice el profesor, en lugar de atender. Con eso pierden las explicaciones, y lo único que logran es tener con su propia letra el contenido que ya está en los libros de texto. Yo suelo explicar con detalle la importancia de aprender a tomar notas y de separar lo importante de lo importantísimo, pero a veces no basta el empeño del docente. Tenía una alumna que era la expresión superlativa del copiarlo todo. Una vez, agotados mis recursos, le dije: «Fulana, ¿si hoy usted llega a su casa y su novio le dice que necesita hablarle de algo sumamente importante, qué usted hace?» «Lo escucho, profe», me respondió. «¿Sí? ¿Y por qué no le dice: “espérate, déjame sacar la libreta para copiar lo que me vas a decir?”».

Anécdotas tengo muchas. Se quedaría cortísima la cota de 800 palabras que debo respetar y que a veces violo. Pero hay dos cuentos que no puedo dejar de hacer. Una vez le daba una consulta antes de un examen a un grupo de Bibliotecología, y en los 5 minutos de receso les pedí que no se acercaran a mi buró porque allí tenía copia del examen del día siguiente. Cuando entré, vi a un alumno peruano revolviendo mis papeles. Me puse un poco tenso, y como era un grupo con el que tenía confianza, lo regañé con una expresión cubana y coloquial: «Caballo, aléjate de la mesa, que yo dije expresamente que no se acercaran». La cosa hubiera quedado ahí, pero el alumno me replicó muy airado, supongo que más que nada por haber sido sorprendido: «Oiga profesor, si usted quiere le dice caballo a los demás cubanos aquí, pero a mí usted no me puede decir caballo, porque yo soy peruano». Respiré, bajé la voz y le dije: «Bueno, entonces, llama, vicuña, alpaca, sepárate de la mesa, si quieres hacer la prueba de mañana». Risas, incluso de él, con disculpas incluidas.

En otra ocasión, impartía una clase a Sociología, y en medio de una explicación una muchacha me dijo que necesitaba preguntarme algo, pero que tenía que ser en privado. Muy intrigado por su proceder, esperé al receso y entonces se me acercó y me dijo algo más o menos así: «Profe, se ve que usted se esfuerza por lucir bien, se pone sus camisitas cuquis, se echa su perfume bueno, pero mire, con sinceridad, y por su bien, esos pantalones están muy anchos, le quedan mal. Esos pantalones están acabando con su imagen».

Yo quedé desconcertado. Con la quijá en el ombligo, como decía un amigo. El comentario era raro, inadecuado y de mal gusto, sobre todo viniendo de alguien que estaba vestida con algo que parecía el uniforme de un guardabosque. Con todo y eso, juzgué que no debía contestar con fuerza, porque no era una burla: ella tenía buena intención, mal criterio sobre mis pantalones y pésimas habilidades sociales. También decidí que si bien no llevaba un raspe, aquello no podía quedar impune. Le dije, rajando la voz: «Mire, le explico, estos pantalones eran de mi abuelo que murió el mes pasado. Ya cuando estaba muy malito, me los regaló y me pidió que los usara, y yo no he tenido corazón para mandarlos a una costurera».  «Ay profesor, perdone, yo no lo sabía», me dijo al instante. «Claro, claro —le dije—. Pero por favor, ahora déjame solo que estoy afectado». Dejé de impartir clases en la universidad hace varios años. Llegó el momento en que pagaba para ir a trabajar y mi tiempo empezó a ser más importante para mi sustento, así que tuve que emplearlo en otras cuestiones. También pasó lo que ya usted sabe: mis amigos se empezaron a ir de la universidad. Hoy todavía imparto algún curso online de vez en cuando, o enseño cosas tan alejadas de la estadística como Kick Boxing, y aunque sigo convencido de cada decisión, no puedo evitar pasar por La Colina sin sentir esa especie de cosquillita rara que, si usted fue maestro, conocerá muy bien.

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5 COMENTARIOS

  1. Disfruté mucho su comentario. Lo felicito por su espíritu de profesor que no es fracuente encontrar en estos tiempos. Ojalá sea un error de apreciación mío. Me gradué como Ingeniero Electricista en 1965 en el último curso que se mantuvo en la actual sede de la Facultad de Física en la colina, frente al Estadio Universitario. Fui después profesor de Matemáticas en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona que radicaba en la Facultad de Pedagogía aledaña también al Estadio hasta 1972 y me pasa como a usted pues me emociono cuando paso por la colina. Pero también siento una profunda tristeza al recordar cómo era y se sentia y ver su actual estado.

  2. No estarías mal que compilara sus anécdotas como docente y las publicara, sería de agradecer porque si algo ha lastrado o lastra nuestros procesos de enseñanzas es la falta de humor o referencias para ello (vaya, que hace falta cultura para hacer humor o utilizarlo con donaire) y le conozco poco pero me atrevo a decir que no es el humorista «al uso» o sea el del chascarrillo fácil o tonto, así que serían muy útiles esas historias frente a alumnos…

  3. Saludos profe. Lo felicito, yo soy profe tambien y hago maravillas en el aula. Seis horas de clases con el.mismo grupo son dificiles, o clases de 5 a 7 de la noche.

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Jorge Bacallao Guerra
Jorge Bacallao Guerra
Comediante, escritor y guionista

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