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Tarde nos llegó el internet y aquí estamos, tratando de vender y comprar a la bartola y loma abajo por Facebook, WhatsApp y Telegram

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Anoche soñé que me despertaba en un pasillo larguísimo, todo blanco, sin puertas ni ventanas, y veía pasar a personas ataviadas con túnicas también blancas y la vista perdida. No hablaban, pero portaban carteles en los que se leían mensajes como: «950 y no lo bajo. Precio final», «no tengo domicilio, tienes que venir tú» y «ola veve ke ase. En el sueño me asusté mucho: desesperado, agarré por la mano a un tipo que pasaba y le pregunté dónde estaba. «Tranquilo brode, tranquilo. Estás en El Privado».

No es casualidad un sueño así. Vivimos tiempos extraños, en donde todo el mundo vende algo, donde solo los expertos pueden diferenciar una venta de garaje de una buena tanda de ropa puesta a secar, y donde ya no es mala educación taladrar con la vista la bolsa de compra de alguien que pasa cerca para extraer información.

Estamos aprendiendo de mala manera a hacer negocios, ahora que hay una rendijita y que ser asalariado del Estado sin robar, equivale a morirse de hambre. Somos un pueblo al que no se le olvidó un cuentapropismo saludable, sino que se lo hicieron olvidar, extirpándolo sin anestesia, satanizándolo en el proceso. Ahora que nos hace falta sacar la cabeza y respirar, porque ya nadie nos regala nada, nos dan un filito y quieren magia. Vamos largos años a la zaga de un mundo que avanza a zancada larga.

Tarde nos llegó también el internet y aquí estamos, tratando de vender y comprar a la bartola y loma abajo por Facebook, WhatsApp y Telegram, sin tomarnos dos segundos para aprender, por ese mismo internet, cómo redactar un buen anuncio, y entiéndase por bueno, que sirva para vender más.

No voy a coger mi pedacito aquí para capacitar a vendedores emergentes, pero sí voy a decir que la manía de ocultar el precio solo está justificada en pocas situaciones, y que mandar al privado a todo el mundo es una estrategia más mala que el pan de la bodega. Poner el precio demuestra transparencia, filtra clientes, gana tiempo, y da ventaja contra todos los sapingos que venden lo mismo y mandan al privado.

Las plataformas de venta también son tarecos. No hay manera de calificar vendedores ni de revisar reseñas de clientes anteriores. Pulula el vendedor que no coge el teléfono, que queda mal o que propone productos que no tiene. Cuando alguien te dice: «Vendo unos tenis como nuevos, solo los usé dos veces», eso significa que una de esas veces corrió un maratón y la otra subió el Pico Turquino con los tenis, y que el letrero de la suela ya no se puede leer.

He visto anuncios de alquiler, por horas, de juguetes sexuales. Y he visto a personas vendiendo armas de fuego o medicamentos prohibidos dando su celular y su fijo, pero el precio no: el precio al privado. 

También he sido yo el que vende. Puse en venta un espejo grande con marco de caoba, y la primera persona que me llamó me dijo que necesitaba que estuviera nuevo de paquete. Le dije que yo me había mirado diez o doce veces, y que estaba seguro de que el fabricante se había reflejado también, pero que, si le interesaba, yo se lo tapaba para que no gastara más reflejos.

Otro señor me solicitó unos bombillos. «Quiero 3 de luz cálida, me los traes a mi casa», me escribió, «me llamo Fernando, después de las 4 de la tarde». No me pude contener y le contesté preguntando como se llamaba antes de las 4.

He visto anuncios de alguien que vende un contenedor de limas para afilar machetes y de un señor que vende un garabato de chapear que fue de su abuelo y se cortó en cuarto menguante. He visto ventas de moto Karpaty con dueño muerto, y propuestas de trabajo de secretaria ejecutiva para muchachas bien femeninas, sin hijos, de 18 a 30, atractivas y con disponibilidad de tiempo, sin que importe si escriben bien en la computadora, saben Excel o han trabajado de secretarias alguna vez.

Incluso he visto anuncios de un Picasso que tiene un señor en El Cerro, y de un kit para poner enemas que es un recuerdo de familia. He visto proponer una tonelada de patas de pollo, Iphones sin pantalla que solo tienen un detallito y «masajes con final feliz, pero hasta ahí». Y de paso, he aprendido que primero le sacas información a un espía entrenado, que la dirección real de la casa que propone un corredor de permutas. Durante un tiempo estuve posteando en Facebook mis respuestas a anuncios de este tipo. Quise ponerme educativo usando el humor como herramienta, pero la avalancha de mensajes y el trabajo por hacer fue tal, que me aburrí un poquito y llegué a la conclusión de que esto no hay quien lo arregle. La mala praxis al anunciar, quiero decir. Aunque bueno, lo otro tampoco. Si no le queda claro qué es lo otro, ya sabe, tíreme al privado.

6 COMENTARIOS

  1. Genial!!!
    Para reír y reflexionar. La verdad que es alucinante lo de no poner precio. ¿No les parecerá obvio que pierden posibles compradores, pierden tiempo y nos lo hacen perder? Y tiempo es vida.
    Gracias, Bacallao! Te tendrían que leer MUCHOS !!!

  2. Es todo un lío,te venden un apartamento en el vedado pero no ponen la cantidad de habitaciones, tienes que ir al privado para ver si tú familia cabe,muy buen artículo

  3. Muy simpático Jorge. Me he reído mucho. Alegraste mi tarde de domingo mientras escucho, más que veo, el juego de los Industriales vs Pinar del Río que está empatado en el noveno y PR es Home club.

  4. Los disparates tienden al infinito, es ahí donde dudo de la educación de nuestro pueblo, el nivel escolar de la lengua española, castellana, catalán, el inglés sin barreras, el territorio del vendedor y na’ que «vacallao»es creíble 💯 % en las redes y el espejo cuánto mide? 🤪🤪🥴

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Jorge Bacallao Guerra
Jorge Bacallao Guerra
Comediante, escritor y guionista

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