Las dudas de los niños

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Tuve la suerte de encontrar excelentes profesores durante toda mi niñez y adolescencia. La educación en el hogar también fue de primera, algo que agradezco especialmente a mis padres, y que intentaré legarle a mi hijo. Agrego además que fui un niño que preguntaba sin miedo, incluso sin medida, podría decir.

Eso no me eximió de una enorme cantidad de simpáticas conclusiones sobre el mundo, que a medida que ha pasado el tiempo he ido atesorando. Como en mi aula de preescolar estudiaba un niño llamado Calixto, a mí me parecía tener todo el sentido del mundo que las voces de arrancada para correr fueran: «En su mar, Calixto, fuera», sin plantearme siquiera la versión correcta.

Mi esposa, Patricia, cuando era niña, tenía de vecino a un muchachito llamado Abdel. Cierta vez mi suegra, tratando de aleccionarla, le presentó el conocido refrán: Si ves las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo. Como el infinitivo arder suena tan parecido al nombre del niño, Patricia se preguntaba: ¿Cómo es eso, si Abdel es un niño, y los niños no tienen barba? 

He sido devoto de Romance de la Niña Mala desde que tengo memoria. Tanto de la musicalización de Pedro Luis Ferrer, como del poema de Raúl Ferrer, que conocí en la escuela. Pero en esas primeras aproximaciones al poema, me rompía la cabeza con aquellos versos: «para poner al Martí que tengo a mitad del aula». Me parecía inaudito tener el busto de Martí en el centro de un aula y me imaginaba a los niños levantándose para ver la pizarra porque la estatua dificultaba la visión.

Al leopardo del apóstol, ese que tiene un abrigo en su monte seco y pardo, en mi cabeza lo dibujaba con una chaqueta puesta, como la que alguna gente le pone a los perros en invierno.  La bailarina española me fascinaba. Corrijo, me fascina. Pero me demoré en descubrir que la zalamera era ella, y no el tipo de tablado que repicaba con los tacones.

Tuve un vecino de mi edad que asistió conmigo a la primera reunión para el Servicio Militar, y allí llenamos, cada uno por nuestra parte, una planilla. Al salir, me dijo: «En la parte que decía Vecino de… te puse a ti. ¿Tú a quién pusiste?» Una compañera de aula, refiriéndose al estadio universitario, me preguntó el nombre de ese mártir de apellido SEDER.

Yo mismo, con 4 años, después de que la abuela de mi hermano me contara que la montaña más alta del mundo era el Monte Everest, con 8 848 metros de altura, la dejé turbada al preguntarle cuál era la más chiquita, y Alexander, un niño que estudiaba en mi aula de 5to grado le porfió a la maestra Sofía que el río más largo de Cuba no fuera el Cauto, sino el Malecón.

Un día le pregunté a mi papá, uno de los hombres más sabios que conozco, quién ponía las bolas amarillas en las calles. Él me respondió que la gente que trabajaba en el tránsito. Yo contraataqué preguntando si esos eran buenos o malos, y él ripostó diciendo que ni buenos ni malos. ¿Entonces qué son?, seguí yo.

Mi hijo tiene ahora tres años acabados de cumplir. He ido acumulando libros que disfruté de niño, y alguna que otra serie de televisión que recuerdo con mucho cariño. Ya estoy a la espera de sus dudas, para ayudarlo a comprender el mundo, y por supuesto para deleitarme de gozo en el camino, con esas pinceladas que solo dibuja la imaginación de un pequeño. 

4 COMENTARIOS

  1. Es cierto que de pequeña inundaba a mi padre con tantas preguntas que, fastidiado, acabó comprando dos enciclopedias enormes donde yo podía leer las respuestas a mis preguntas, lo que le daba a él la oportunidad de descansar un poco…?.

  2. Debo aclararle al autor que el refrán no se refiere a “barbas “sino “bardas” que es sinónimo de cercas, verjas y se ponen en remojo en época de sequía, para evitar que se incendien

    • Cuando mi hija tenía tres años, tuvo una cobaya que desgraciadamente murió. Le dijimos que se había ido al cielo, a lo que ella se preguntó: ¿quién apretó el botón? Imaginó un proceso similar al necesario para llegar al piso 13 donde vivíamos… ?

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Jorge Bacallao Guerra
Jorge Bacallao Guerra
Comediante, escritor y guionista

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