En Cuba, mira tú, ha sido un año bastante movido. Para seguir el símil, se trata de un vino casero y espumoso, con toques finales de plátano y papaya. Lo primero que marcó el año en curso, acá en el patio, fue una crisis institucional que dejó descabezados tanto al ICAIC como a la Escuela Internacional de San Antonio. La verdad, se veía venir.
Hoy quisiera romper una lanza a favor del cine de las márgenes. No solo del Tercer Mundo (concepto que, en la percepción de mucha gente acerca del séptimo arte, incluye también a Europa), sino de producciones norteamericanas con distribución y presupuesto relativamente menores. No garantizo, claro está, que en ese conjunto sea todo bueno, así que lo haré recomendando dos piezas recientes dirigidas por mujeres: You hurt my feelings (2023), de la neoyorquina Nicole Holofcener, y The blue caftan (2022), de la realizadora marroquí Maryam Touzani.
Siempre hubo películas musicales que buscaron capitalizar el éxito de determinado solista construyendo un argumento simple que permitiera al intérprete detenerse de pronto y ponerse a cantar sobre un acompañamiento que salía de quién sabe dónde. Con el advenimiento del rock, las cosas no cambiaron mucho: Elvis Presley protagonizó varias decenas de historias fílmicas cundidas de hits; los Beatles, los Monkees, Dave Clark Five, Herman´s Hermits, los Bee Gees también hicieron lo suyo en este sentido.
Cómo debe ser el cine cubano según los festivales internacionales, las autoridades, los críticos nacionales, los cineastas locales y los emigrados nacionales, y según el público local y el público fuera de Cuba.
Cine tercermundista: en septiembre de 2006 me habían contratado por segunda vez en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños como asesor de guion. En sustancia, mi misión consistía en leer los trabajos de los estudiantes para su corto de graduación (un ejercicio de diez minutos), opinar y dar consejos.
Acostumbrados como estábamos a un humor de estirpe costumbrista, arraigado en la tradición del vernáculo y la picaresca, o bien con masivas dosis de sátira política, no es de extrañar que cuando, allá por los años ochenta, irrumpió en los hogares cubanos la sitcom Man about the house (Un hombre en casa), el humor que rezumaba no satisfizo el paladar de todos. A fuer de justos, había otras razones además de las diferencias entre el ingenio británico y el latino: para empezar, la realidad que reflejaba la serie nos era esencialmente ajena.
Llamamos muñequitos rusos a cuantos, provenientes de Europa del Este, exhibían la televisión y el cine cubanos en los setenta y ochenta, fueran polacos, alemanes, checos, húngaros o efectivamente soviéticos. Gustavo devenía un verdadero filósofo.