Maine: enigmas como verdades

Para muchos el principio del fin del imperio español fue precipitado con la voladura del Maine, y propiciado por ese concepto hoy tan de moda: fake news.

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Fue el Caballo de Troya de su tiempo que abrió una línea divisoria; el Hiroshima y Nagasaki, no por la potencia de sus kilotones ni en cuanto a hecatombe mortal, sino por ser un detonante que modificó el curso de los acontecimientos; el Big Bang que expandió un nuevo universo. El eco de su estallido, polémico e incendiario, sigue escurriéndose por los pasadizos del tiempo para redoblar, 126 años después, certezas y teorías de la conspiración. ¿Atentado o accidente? ¿Negligencia o complot? Sobran misterios y verdades históricas.

Eran aproximadamente las 9 y 40 de la noche del martes 15 de febrero de 1898 cuando una fuerte explosión sacudió La Habana. El USS Maine, que se hallaba surto y amarrado a una boya flotante en medio de la bahía, acababa de volar por los aires generando una lluvia de fragmentos metálicos y humanos carbonizados, un fuego espeso que a los ojos incrédulos parecía una hoguera sobre el agua.

Tres semanas antes, el 25 de enero, el acorazado de segunda clase perteneciente a las fuerzas navales de Estados Unidos hizo su entrada triunfal por la boca del Morro. Venía con la excusa de «visita amistosa», de rutina, para velar por la integridad de los ciudadanos de su país ante la agudización del conflicto armado entre el ejército colonial y el movimiento independentista, inspirado por Martí desde febrero de 1895. Aun cuando la Metrópoli consideró esa presencia una provocación, no estaba en condiciones de picar el anzuelo y lo acogió con diplomacia; incluso, para reciprocar «la cortesía», envió protocolarmente su crucero Vizcaya a anclar bajo la pétrea mirada de la Estatua de la Libertad.

¡Bomba! en La Habana

De seguro la rada habanera no había visto huésped marcial tan majestuoso: 99 metros de eslora, 17 de manga y 7 de calado. Imponía con su decena de cañones desenfundados y regias torretas blindadas. Tenía 214 compartimentos estancos y un desplazamiento de 16 nudos (30 km/h) para 6 789 toneladas. Conformaban la dotación 26 oficiales y 328 alistados (entre estos varios emigrantes: 19 irlandeses, 15 suecos, 11 alemanes, 8 japoneses, 7 noruegos, 4 daneses, 3 finlandeses, 2 griegos, 1 maltés, 1 inglés, 1 francés, 1 ruso y 1 rumano; si bien muchos ya tenían la ciudadanía estadounidense o eran residentes en vías de obtenerla). Es falso el mito de que la mayoría a bordo fuera de raza negra (las fotografías hablan solas, no era permitido en dicha marina y los negros estaban destinados entonces a los peores puestos de servicios, como el infierno de ser fogoneros).

Partido en dos por la deflagración, el Maine acabó sumergiéndose en las profundidades. En medio de la cerrazón de la noche, maniobrados por los alaridos de socorro, tripulantes del buque español Alfonso XIII —fondeado cerca— así como otros botes y lanchas, acudieron en rescate de los supervivientes que «heridos unos, abrasados no pocos y aterrados todos, luchaban con las olas y con la muerte», reseñó el diario El Imparcial.

La luz de la mañana dejó ver la dimensión de la catástrofe. El balance de fallecidos quedó en 266, más una veintena de heridos; dos tercios de la tripulación. Otra especulación trenzada a lo largo de años fue inculpar a «la perfidia yanqui», presumiendo que sus espías, para fabricar una «falsa bandera», habían colocado la bomba y por eso algunos jefes y marinos se hallaban en tierra, de juergas por el barrio de El Templete o el Hotel Inglaterra. Lo cual es falaz e injusto, la oficialidad permanecía a bordo. El mismo comandante, capitán de navío Charles D. Sigsbee, debió ser sacado de su camarote de popa por los asistentes, para contemplar abatido cómo su nave y sus hombres eran presas inermes de las llamas, antes de la evacuación.

Explosión del Maine
Así fue recreada la explosión del Maine en la prensa de la época. / Foto: NatGeo

Mientras tanto, el capitán general Blanco se apresuraba a enviar cablegrama a su ministro de guerra, Segismundo Bermejo, dando cuenta que había sido «por incidente indiscutiblemente casual, creyendo que sea explosión de calderas. En el momento del siniestro acudieron al sitio todos los elementos de esta capital para auxilio y salvamento: marina, bomberos, fuerza, todos los generales, entre ellos mi jefe de estado mayor; ha habido muertos y todo. Comunicaré detalles conforme vaya adquiriendo información». Hasta la reina regente María Cristina envió sus condolencias a la Casa Blanca. Incluso, ante la escalada de la crisis, el general Blanco llegaría a escribir a Máximo Gómez, proponiéndole una tregua y unirse para enfrentar la inminente invasión enemiga. «No es posible en suelo cubano una alianza entre su ejército y el mío», contestó sin ambages el Generalísimo.

¿Qué voló con el Maine?

Entre semejante tirantez, la Corona y Washington ordenaron sendas comisiones independientes para investigar lo ocurrido. Igual de encontradas fueron las deducciones. La española, compuesta por viejos lobos de mar, entendió que las altas temperaturas cubanas habrían sobrecalentado el carbón en los depósitos, lo que a su vez desencadenó igniciones en serie. Para ello se basaron en testigos que refirieron haber percibido dos descargas, la primera seca «como un disparo» y una segunda «tan violenta que provocó llamaradas», sin que hubieran surgido columnas de agua, oleaje ni abundantes peces muertos alrededor (evidencias típicas de ataque con mina o torpedo).

Por su parte, los peritos de la Navy insistieron en que era producto de un artefacto externo, pero no existían indicios suficientes para señalar a nadie. Hubo otras suposiciones, aún más fantasiosas, responsabilizando a los insurrectos o amigos suyos en círculos influyentes de la administración norteña, ansiosos de forzar un pretexto para la injerencia.

La noticia del trágico episodio se conoció en Estados Unidos de inmediato. Desde el día 16 los periódicos, sin apenas contrastar la poca información disponible, desplegaron una frenética campaña de propaganda: comenzaron a azuzar los ánimos belicistas mediante la demonización del español, sembraban estereotipos y los catalogaban de «traidores vulgares y granujas», alentaban sin pruebas la tesis del sabotaje, hablaban de paciencia agotada y sed de venganza, hasta ponían en tela de juicio al comandante del desgraciado barco. El New York Journal llegó a ofrecer una recompensa de 50 000 dólares a quien lograse demostrar que la voladura había sido intencional y desenmascarase a los culpables.

Con el curso de las semanas las hipótesis reproducían el peor cariz de esas avalanchas implacables nacidas de pequeñas bolas. Lejos de enfriar la situación, se dio comienzo a una inflamable batalla en el escenario mediático. Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst, los principales referentes y magnates del periodismo, protagonizaron paralelamente su propia guerra de trapisondas. Sus respectivos periódicos, The World y New York Journal, competían en cada tirada por el titular más sensacionalista, la noticia más inaudita, la imagen más extrema. Pero sobre todo quedaron en la historia de la prensa global por disputarse en sus páginas la singular tira cómica del Yellow Kid vestido con sayón gualdo y bocadillos de letras en su interior. Una narrativa pionera, secuencial e ingeniosa que fundamentó el término de prensa amarilla.

Viñeta en que Hearst y Pullitzer, encarnando el Yellow Kid, se disputan el conflicto
Viñeta en que Hearst y Pullitzer, encarnando el Yellow Kid, se disputan el conflicto. / Foto: lavanguardia.com

Todavía se cita la famosa anécdota del magnate Hearst respondiendo al ilustrador Frederic Remington, su corresponsal en la Isla: «Usted ponga los dibujos, que yo pondré la guerra»; le dictaba, como si fuera un presentador de circo anunciando con voz atiplada la apertura del show. Pulitzer, en cambio, dio nombre al premio más notorio del periodismo contemporáneo. Controversia aparte, no se puede negar que hicieron bien el trabajo sucio. Finalmente, el discurso «jingoista» al grito de «¡Remember the Maine, to Hell with Spain!» («¡Recordad el Maine, al infierno con España!») llevó en volandas al clima de guerra. La opinión pública enardecida junto a nueve de cada 10 congresistas predispuestos presionaron con tal arrebato al presidente Mc Kinley, que este, aturdido y timorato, no halló más salida que ceder al rompimiento de las hostilidades.

De nada sirvieron los intentos in extremis de los políticos ibéricos que, olfateando la confrontación internacional, procuraron agenciarse el respaldo del bloque europeo y convencer a sus homólogos gringos de retirar el ultimátum y resolver el desacuerdo por la vía pacífica. Echada estaba la suerte. Cuando la artillería de la potente y moderna armada naval de Sampson pulverizó a la pequeña y obsoleta escuadra de Cervera frente a las costas de Santiago, naufragaron 500 años de dominación. España no tuvo nada más que hacer. Capitularon bajo una ceiba. Y cinco meses después firmaban desabridamente el Tratado de París, donde quedó cedida por «ley del vencedor» la soberanía de los territorios de ultramar: Cuba, Filipinas, Puerto Rico y Guam. Las últimas joyas de la Corona.

Reseña de Diario de la Marina sobre el Maine
El Diario de la Marina reseñó las labores para extraer el acorazado en 1911.

Evidencias a flote

En 1911 el senado de Estados Unidos decidió rescatar el pecio mediante una obra ingenieril consistente en un encofrado de ataguías que permitía bombear el agua. Un año después el enmohecido Maine fue reflotado, remolcado mar afuera por unidades de la Marina y dinamitado con honores militares. Como para perpetuar la huella del desafortunado suceso que en parte decidió el destino de la nación, desde 1925 quedó un monumento erigido en el Malecón a la memoria de las víctimas.

La obra del arquitecto Félix Cabarrocas exhibe dos cañones de proa, cadenas y bronces fundidos alegóricos a lo que ocurrió. Delante está la madre Norteamérica sosteniendo los cuerpos de sus hijos inmolados y en la contracara puede leerse el extracto de la resolución conjunta: El pueblo de Cuba es y de derecho debe ser libre, soberano e independiente. En la cima tuvo originalmente un águila, decapitada como símbolo imperialista en mayo de 1961.

Durante dicha extracción de los restos tampoco se aclaró oficialmente la causa del hundimiento, aunque el vicealmirante George W. Melville, jefe ingeniero de la Armada, opinó que la explosión sobrevino dentro. Hubo que esperar hasta 1975 para que el almirante Hyman G. Rickover —considerado padre del primer submarino nuclear norteamericano— aportara las conclusiones más sólidas.

Rickover y su equipo de expertos revisaron a fondo el expediente del caso. «En los informes examinados no hemos hallado pruebas técnicas de que una explosión externa iniciara la destrucción del Maine. Las pruebas existentes apuntan a una sola explosión interna. Por tanto, concluimos que la explosión se produjo en el interior del buque. El origen más probable de la misma fue el calor producido por un incendio de la carbonera contigua al pañol de municiones de reserva de 14cms. Sin embargo, puesto que no existe modo alguno de probar esto, no puede eliminarse la posibilidad de que haya otras causas internas», dictamen citado textualmente en Cuadernos del Pensamiento Naval, edición 35 del 2023.

Modelación del estallido realizada por un estudio de National Geografich Magazine
Modelación del estallido realizada por un estudio de National Geografich Magazine en 1998. / Foto: NatGeo

Por añadidura enfatizaba la subyacente negligencia del mando que no habría tomado debidas precauciones para lidiar con el ambiente cálido de La Habana. Demasiado tarde se corroboraba la versión hispana. Pesquisas posteriores han revalidado esa teoría. Para otros la explicación definitiva sigue inconclusa, pues les resulta extremadamente sospechoso que el Maine estallara de manera fortuita, en el lugar y el momento precisos.

«Es, desde luego, un alivio para todos saber que no hubo por ninguna de las partes conspiración para delinquir. Pero España salió vilipendiada del accidente. En su mensaje al Congreso de 11 de abril de 1898 solicitando autorización para intervenir por las armas a fin de lograr la pacificación de Cuba por la fuerza, el presidente Mc Kinley hizo de la destrucción del Maine el primero de los fundamentos racionales de la intervención armada. En las páginas que dedicó al asunto, Mc Kinley no se atrevió a endosar la tesis de España como lo que hoy se llamaría un Estado terrorista, pero sí la del Estado fallido en Cuba, el Estado incapaz de cumplir con sus obligaciones de protección de los buques surtos en sus puertos, de garantizar la seguridad de un buque de la marina norteamericana. De ello podría derivarse un deber de reparación con fundamento en la llamada culpa in vigilando», enjuició en su artículo El borrón del Maine, el prestigioso académico español Antonio Remiro Brotons, toda una institución en Derecho Internacional.

Para muchos el principio del fin del imperio español fue precipitado con la voladura del Maine, y propiciado por ese concepto hoy tan de moda: fake news. Lo irremisible es que el suceso resultó el auténtico casus belli que conducía a meter el dedo en la herida del León agonizante y a cosechar la fruta largamente anhelada con moralina. Estados Unidos sacó pecho de potencia flamante. Puede conjeturarse lo que se perdió en Cuba: ¿el último hombre y la última peseta, tal cual ofrendaban? ¿La esperanza patriótica expresada en la sentencia célebre de: «tristes se han ido ellos, tristes hemos quedado nosotros»? Desde el palco de los siglos se puede entrever: la suprema consecuencia, más que militar y económica, fue de identidad.

Monumento en el Vedado capitalino dedicado a la memoria de las víctimas de la voladura del Maine
Monumento en el Vedado capitalino dedicado a la memoria de las víctimas. Foto: habanaradio.com

Fuentes consultadas:

La voladura del USS Maine en 1898: accidente, manipulación e intervencionismo, Eusebio Leal; El Maine y la Guerra de Cuba, en Cuadernos del Pensamiento Naval; El borrón del Maine, Antonio Remiro Brotons; La explosión del Maine, Gustavo Placer Cervera.

4 COMENTARIOS

  1. Recuerdo en mi época de estudiante que enseñaban que la tripulación del Maine era casa toda de negros,que los pocos blancos habían desembarcado y que fueron los propios americanos los autores del atentado para justificar su entrada en la guerra y quedarse con Cuba.
    Mi abuelo me decía, no creas todo lo que dicen mientras sonreía,después el tiempo le dió la razón,hay muchas cosas tergiversadas ,ocultas,manipuladas y también mentiras en la enseñanza de la historia de Cuba.

  2. El águila decapitada en 1961 fue de hecho la segunda versión. La primera fue derribada por el huracán de 1926 y preservada actualmente en perfectas condiciones.

  3. Satisfechas las apetencias del vecino interesado en crear tropelías en lo de Liborio, en fomentar el descontento allí, en atizar a los independentistas; que ante todo eran los hacendados del oriente que no pudieron «montar en el carro de la Revolución Industrial» por tanto arruinados y deseosos de arruinar al occidente próspero; etc. Pues en fin, la apetecida «fruta madura» les cayó en las manos. Resultado, pero mediatizado por la Enmienda Platt, fue el surgimiento de una nación, Cuba. Se nos obligó a totalidad de la población, sin siquiera hacer un referéndum, a ser cubanos y negaron la españolidad de un territorio que lo había sido desde el descubrimiento en 1492.
    Consecuencias, entre otras muchas, aunque éramos una parte de España, por la fuerza se nos negó ser españoles… Ahora que bien nos vendría a todos los cubanos, ser ciudadanos españoles y pertenecer al Espacio Schengen, un espacio de democracia, prosperidad y grandes expectativas!!
    Así nos ha pasado la cuenta la Historia…

  4. La supuesta “obsoleta” flota española no lo era para nada, la derrota fue pactada, Cervera no siguió las instrucciones de sus superio sino de los titiriteros al servicio de los estadounidenses. Documentos de EEUU descalcificados de la época indican y comprueban más allá de duda razonable que fue un caso de bandera falsa, este es tan sólo el primero de una larga lista de eventos en los que EEUU sacrificaría a sus propios ciudadanos o soldados con el fin obtener excusas para iniciar una guerra y repartir contratos de defensa, todo un esquema de corrupción moral que comienza en 1898. A Cuba este evento le ganó puras dictaduras marionetas de los estadounidenses, a estas alturas los cubanos no saben lo que es democracia, aunque les entre a bofetadas ni la reconocerían. La Enmienda Platt y el auto servirse con la cuchara grande con la “soberanía” cubana imponiéndoles una enmienda en su constitución es el colmo de la arrogancia supremacista anglosajona.

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Igor Guilarte Fong
Igor Guilarte Fong
Graduado de Periodismo en la Universidad de Oriente (2007). Premio en el Concurso Nacional de Periodismo Histórico 2020.

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