Eufemismos o llamar a las cosas por su nombre

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Los seres humanos practicamos de manera frecuente el comportamiento prosocial, entendido este como aquellos comportamientos que, sin la búsqueda de recompensas evidentes, favorecen a otras personas o grupos y los impulsan a determinadas metas. El objetivo es generar una respuesta amable en las relaciones interpersonales, mejorando la disposición a actuar, el estado de ánimo y la conexión entre las personas.

Un modo de manifestarse es mediante la comunicación, que se puede expresar a través de instrucciones, explicaciones, descripciones, ideas compartidas, narrar experiencias propias o ajenas y hasta chistes, que contribuyan a mejorar las interacciones y promover acción. También se expresa mediante el consuelo verbal o extraverbal y la confirmación o valoración positiva de otros o de una situación.

Muchas veces aplicamos este estilo de interacción verbal de manera consciente o inconsciente, sobre todo en momentos de mucha tensión. En estas interacciones se expresan nuestros niveles de empatía, expresión de las emociones y habilidades para la comunicación.

Una de las herramientas léxico gramaticales más fascinantes para expresar esa comunicación prosocial es el eufemismo. Los eufemismos son términos o construcciones lingüísticas que utilizamos en lugar de otros, para evitar el uso de términos duros, crudos, ofensivos o demasiado directos.

Se trata de una forma de matizar el lenguaje con distintos fines y propósitos. Algunas veces se utilizan como una forma de respeto, de «suavizar» lo dicho, o bien —y aquí se empieza a alejar de su carácter prosocial— para evitar que un tercero entienda el mensaje, ocultándolo bajo términos diferentes, incluso con fines humorísticos, lúdicos.

Su uso es muy frecuente en el lenguaje llamado «políticamente correcto», como una estrategia de referirse a las personas o las situaciones del modo menos ofensivo, alarmante o comprometedor posible. Sin embargo, originalmente, los eufemismos eran palabras usadas para referirse a algo sagrado, religioso, que no debía ser pronunciado.

La palabra proviene del griego, de las voces eu, «bueno», y phemi, «hablar», ya que en la religión de la Grecia Antigua existían deidades cuyo nombre era mejor no mencionar, sobre todo aquellas vinculadas al mundo de los muertos: Hades y Perséfone, o la diosa de la venganza, Ramnusia (Némesis, para los romanos). Así, se utilizaban eufemismos («palabras buenas») para referirse a ellos sin invocar la mala suerte o los desastres.

De ese modo es común que en el habla cotidiana se utilicen eufemismos para referirse a situaciones comprometidas, a la muerte, al sexo o a todo aquello a lo que preferimos aludir de manera indirecta, tangencial, a veces incluso metafórica. José Javier Olivas, investigador de la UNED y la London School of Economics and Political Science, los define como «palabra o expresión que se usa para suavizar o hacer más aceptable una información, que reflejada de una manera más directa o franca pudiera causar rechazo en la audiencia».

Sobre el uso cotidiano de eufemismos, José Javier Olivas apunta que no solo «no suele ser problemático» sino todo lo contrario: «Nos sirven también para de alguna forma escudar a otros de emociones y sentimientos que pudiesen generar estrés». Entre estos podemos señalar un ejemplo muy utilizado: «pasó a mejor vida», para referirnos a la muerte de alguien.

La intención del hablante puede abarcar desde los rodeos en el discurso, hasta evitar la palabra concreta que expresa un hecho y tratar de sortear sus consecuencias.

Eufemismos en Cuba

El habla cotidiana en Cuba está muy marcada por el uso de este recurso. Algunos forman parte de la comunicación frecuente y hasta se han convertido en parte de la norma lingüística identitaria. Otros han sido incorporados de normas foráneas, como «poner a dormir» cuando se refiere a someter un animal a eutanasia, más común en otros lugares donde esta es una práctica sanitaria habitual. Las socorridas expresiones «larga y penosa enfermedad» y «repentina enfermedad» que se utilizan en los obituarios televisivos y periodísticos de nuestro país también son un ejemplo de eufemismo, el cual, dicho sea de paso, ya no cumple con su función de camuflar la realidad bajo un término benévolo: las personas asocian la primera al cáncer y la segunda al infarto.

Muchos eufemismos aluden de forma tangencial a actividades para la supervivencia, dudosamente legales o cuestionables, como «resolver», «luchar» e «inventar». Son de uso muy común y de ellos parten derivaciones como «me resolvieron», «estoy luchándola» y demás expresiones que reflejan como se evita el análisis moral de la acción en sí, evadiendo desde lo lingüístico las consecuencias de ese análisis. También le otorgan heroicidad a acciones socialmente disruptivas, como una especie de exculpación épica.

Otros sugieren actividades específicas, reconocibles para quienes las practican de manera habitual o están en el entorno cercano. Uno muy llamativo y gráfico, «pulirla», alude, según el contexto, a la actividad sexual remunerada o a un trabajo físico agotador.

Pero el eufemismo no solo es un recurso que se mueve en el entorno popular. Cuando pasa a la comunicación del discurso político adquiere un vuelo creativo especial y, admitámoslo, contribuye a desviar la atención sobre problemas reales y sus causas. En el proceso de «interpretar» lo que se quiso decir y su impacto en la vida, se pierden segundos invaluables y se disipa el acto racional, movilizador, de demanda coherente por transformaciones y señalamiento de causas y responsables. Llamar a las cosas por su nombre es un principio de oro en el diálogo, el consentimiento y la rendición de cuentas.

En la comunicación política los eufemismos y las denominaciones alternativas para enmascarar, mitigar u ocultar ciertas realidades generan, a la larga, una respuesta no deseada para quienes los usan. Por deficitaria que se haya vuelto la educación en Cuba, el cubano medio tiene nociones muy definidas que le permiten detectar cuando no se le está hablando claro, y la respuesta a los eufemismos en el lenguaje político y económico es la indignación, el hastío y la burla. Esto atenta contra la credibilidad, el capital político disminuye y la reacción popular es de rechazo a todo el discurso, por su ambigüedad y falta de transparencia.

Lanzadas al ruedo público y replicadas por los medios, en las reuniones y en las respuestas a las demandas de la población, las siguientes expresiones son barreras (in)comunicativas importantes, que intentan enmascarar discursivamente una problemática sociopolítica:

«Transporte alternativo» para referirse a vehículos de tracción animal o camiones adaptados para el transporte urbano a falta de medios de transporte que cumplan con los requisitos indispensables de seguridad; «coyuntura» o «período especial» para evitar hablar de crisis. Asimismo «desafío» o «tarea de choque» para indicar habitualmente medidas impopulares o con un alto componente de riesgo.

Son muy frecuentes también el uso de sustituto para hablar de pobreza; el más común es «resistencia creativa», que se refiere a un empobrecimiento más general del país, enmascarado bajo una consigna triunfalista. El otro más común es «personas en situación de vulnerabilidad», que está más asociado a la pobreza relativa de determinados grupos en la estructura social, en relación a otras franjas privilegiadas. Si bien el término de «vulnerabilidad» sí está acuñado en las ciencias sociales, su uso eufemístico consiste en no definir o desglosar las variables que vuelven a esa persona «vulnerable».

No obstante esta estrategia lingüística no se aleja mucho de la utilizada en otros países y por modelos políticos diferentes del nuestro, vista en el uso de expresiones como «sanear la economía» para hablar de paquetazos neoliberales, «flexibilización laboral» o «liberación del mercado de trabajo» para anunciar despidos masivos, entre otras joyas del no decir para confundir, suavizar y, a la larga, no tranformar ni rendir cuentas por decisiones que impactan seriamente la vida de las personas.

En circunstancias «normales», la precisión en el uso del lenguaje para la comunicación política o económica es tranquilizadora e informativa. Orienta en la toma de decisiones y ofrece a las personas un punto de partida fiable para adoptar líneas de conducta o de pensamiento provechosas, para formarse criterios objetivos sobre la situación expuesta. En momentos de crisis, esta necesidad de precisión se hace imperiosa por la urgencia y gravedad de las situaciones que se presentan y la necesidad de que los colectivos participen informadamente en las solución de dichas situaciones.

La demanda de la verdad y la transparencia en la expresión de términos y conceptos que describan una situación, es una necesidad humana. Basada en dicha verdad, clara y respetuosamente expuesta, se elaboran estrategias de enfrentamiento a situaciones de la cotidianidad, personales y del colectivo, cuyo éxito estará determinado por una visión más precisa de la realidad que se debe enfrentar y de los recursos para hacerlo. Es una cuestión en la que funcionarios, dirigentes y líderes de nuestro país deberían pensar un poco más antes de seguir generando en su discurso eufemismos y metáforas oscuras que no definen por completo responsabilidades o causas y no nombran con rigor la situación que se vive.

Esta forma de comunicar al público, más que comprensión y capacidad de acción, genera hastío, resentimiento, burla y confusión, y esas no son emociones positivas que permitan emprender colectivamente las acciones que necesitamos para salir de la crisis.

La pregunta final de esta reflexión sería ¿lo saben esas personas y eligen seguir usando eufemismos en su discurso, o no lo saben, no son competentes para explicar y describir la realidad que estamos viviendo y, por eso, tampoco son capaces de ofrecer soluciones viables y efectivas a nuestros problemas?  

4 COMENTARIOS

  1. Interesante artículo. Desde que siendo yo muy joven, y la Revolución aún más, se empezó a llamar «doméstica» a una sirivienta, nunca he podido tener paz con los eufemismos y la creación de palabras y/o conceptos. Un sirviente es una persona que sirve, lo cual no necesariamente tiene que ser denigrante. Que las condiciones en ese tipo de trabajos antes de la Revolución fueran en ocasiones muy malas (no siempre), no suponía la necesidad de cambiar el término. Se domestican los animales, eso si me parece denigrante. De ahí pa’lante hay mucho por donde cortar… La frase señalada por José Javier Olivas y que la autora cita; «pasó a mejor vida», actualmente en nuestro País tiene un significado diferente y bien conocido. En la calle, el pueblo, que siemre es el más sabio inventa sus eufemismos también., como Ud. dice para burlarse, por hastío y pérdida de las esperanzas.

  2. Sin los eufemismos, no habría prensa ni comunicación social de los medios oficiales en Cuba, aunque por lo vacío de la comunicación, ya casi ni existe o las personas no les prestan atención ni credibilidad. Eso han logrado…

  3. Recuerdo el picadillo enriquecido con menos carme y más soya para que alcance más ante el déficit de picadillo de verdad
    La costumbre de usar eufemismos para atenuar responsabilidades o para encubrir errores o proteger a dirigentes le ha hecho mucho daño a la Revolución el máximo eufemismo de hecho y se palabras fue el accidente de Shernobil, para proteger a la ya decadente Unión Soviética por las irresponsabilidad de sus propios dirigentes, Fidel preclaro dijo los únicos que pueden destruir a la Revolución somos nosotros mismos, a veces me parece que estamos en ese camino.

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Yadira Albet
Yadira Albet
Ex académica, ex profesora, escritora ocasional, podcaster y madre

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