La primera y la última

Al hablar de la obra de Santiago Álvarez, Mario nos decía algo como «a Santiago no le pregunten por qué hace lo que hace...»

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En noviembre de 2019 impartí un seminario acerca de escritura de Guion en Saarbrücken, Alemania, para estudiantes de diferentes nacionalidades que hablaban —y entendían— español, fuera o no su lengua nativa. Recuerdo que en la primera clase les hice visionar un fragmento de La primera carga al machete (Manuel Octavio Gómez, 1969) y a continuación les pregunté qué encontraban de insólito, qué les hacía ruido en la secuencia de marras. Ninguno supo exactamente a qué me refería, así que los dos o tres osados que contestaron se perdieron en generalidades.

«Vamos a ver —les dije—, estamos observando cómo un equipo de filmación entrevista, en imagen y sonido, a maltrechos soldados españoles después de una batalla, y a continuación hace lo mismo con ciudadanos de diferente condición en Bayamo y La Habana, mientras un locutor en off se refiere a que aquello ocurre justo en ese momento al Este del país». Ahora bien, los hechos recogidos sucedían en otro noviembre, en 1868… cuando aún la cámara cinematográfica, para no hablar del cine sonoro y los géneros del nuevo arte, tardarían varias décadas en aparecer. Entonces, lo que veían no era un documental real, sino un falso documental o mockumentary (aunque, propiamente hablando, esta última denominación describe las obras con intención paródica o satírica, lo que no era el caso). El blanco y negro contrastado, que en los últimos minutos deriva hacia la eliminación de los grises, la cámara en mano, la imagen a menudo «sucia», el tono mismo de la narrativa no diferían mucho del empleado en el Noticiero ICAIC Latinoamericano y en general los espacios de noticias en todo el mundo, donde el valor del reportaje (recordar que transcurría la guerra de Vietnam) primaba por encima de la perfección gráfica.

La película de Manuel Octavio no inauguró el falso documental como género, pero es curioso que en la casi totalidad de los textos referidos al mismo no se mencione siquiera este notable ejemplo, que antecedió a la Zelig de Woody Allen (1983), This is Spinal Tap de Rob Reiner (1984), Forgotten silver de Peter Jackson (1995), Opération Lune de William Karel (2002) o Un día sin mexicanos de Sergio Arau (2004), por citar solo algunos clásicos devenidos arquetipos (o, para no circunscribirnos a las comedias, a REC de Jaume Balagueró [2007] y un montón de películas de terror que emplean los mismos códigos expresivos). Más allá de la innegable intención propagandística, ideológica que rezuma La primera carga… al insistir (no siempre de la manera más sutil) en la idea de la Revolución como continuadora del ideal libertario mambí, estamos ante un relato resuelto con brillantez y originalidad que maravilló a mis alumnos europeos cuando finalmente dieron pie con bola.

Allá por 1984, en mis tiempos de estudiante de Historia del Arte, tuve a Mario Rodríguez Alemán y al hace poco tiempo desaparecido Mario Piedra como profesores de cine, universal y cubano respectivamente. Al hablar de la obra de Santiago Álvarez, Mario nos decía algo como «a Santiago no le pregunten por qué hace lo que hace. Es por instinto que se le ocurren esas ideas locas de quemar, desgarrar la imagen en celuloide para acentuar el dramatismo de la guerra en el Sudeste asiático, que incorpora rock duro en la banda sonora para lograr mayor emotividad». Bueno, estoy citando de memoria algo que escuché hace cuarenta años, pero esa era la idea. El cine cubano de entonces estaba ya signado por una militancia política que, por paradójico que suene, funcionaba a la vez como limitante y estímulo: restringió y censuró a talentos prometedores (los realizadores de PM [1961] y Nicolás Guillén Landrián son los casos más publicitados, pero no los únicos), al tiempo que devino nicho apropiado para desarrollar obras en que la experimentación formal no consistía en ver quién copiaba primero las últimas técnicas generadas en el Primer Mundo (aunque como es natural, también hubo bastante de eso).

Las innovaciones de Santiago Álvarez van mucho más allá de que Now! (1965) sea considerado a un tiempo un certero documental contra el racismo y uno de los primeros clips musicales. Las técnicas de montaje, la manipulación de los créditos, el collage, la animación, los efectos de sonido en piezas como Hanoi, martes 13 (1965), LBJ (1966), 79 primaveras (1967) y muchos otros títulos devinieron material de estudio en escuelas de cine en todo el mundo.

En algún momento alrededor de 1998 yo estaba participando en un festival de cine en Innsbruck, y me quedaba en casa de Helmut, un amigo austriaco que era, entre otras cosas, fanático del cine cubano. Una noche sin nada que hacer (o en que todo lo que podría hacer sería muy caro) tomé un cassette VHS de su colección, rotulado Son o no son… y voilá, he ahí que descubrí ese raro artefacto realizado por Julio García Espinosa en 1980. Curioso, ¿no?, ver por primera vez una película cubana no en el terruño, sino en una ciudad tirolesa… En fin, si hay que definir qué es y de qué trata, puede decirse que hablamos de una suerte de documental sobre la música cubana, aunque también es una revista musical con interludios humorísticos, trozos de conferencias y… una carta. Ni siquiera una carta abierta, sino una misiva personal: en medio de la película el cineasta aprovecha para enviarle unas líneas a Jorge Sanjinés, un realizador boliviano amigo suyo. Así, porque el cine es un universo, su universo, y básicamente porque podía hacerlo y le dio la gana.

Por cierto, tuve una esporádica pero cariñosa amistad con Julio. Uno de esos proyectos (los filmes que no filmé, como diría Titón) que no llegó a materializarse fue una película con varios cuentos míos que él escogió y prometió dirigir. No fue posible. Igual fue un honor que siquiera lo considerase.

En fin, sirvan estas desmañadas anécdotas para mostrar, no solo que el cine cubano es parte de mi vida y cómo se entrelaza en nuestros recuerdos, sino que en todas las épocas hubo creadores que se arriesgaron a probar fortuna con manierismos inusuales, cuando las expectativas sociales suelen circunscribirse a crítica incisiva, contenido ligero y forma primermundista. Y también para entender que, si alguna vez el cine nacional nos habló de una primera carga al machete, tal vez pronto haga falta otra para salvarlo.

3 COMENTARIOS

  1. La primera carga al machete me sigue asombrando y
    pareciendo novedosa tantos años después, es esa conversación con y desde la historia que ha muchos nos hubiese gustado sostener, más allá de cualquier parcialización. Gracias profe, sus publicaciones se han convertido en una cita obligada cada domingo…ha pensando compilar éstos artículos en un libro?

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Eduardo Del LLano
Eduardo Del LLano
Escritor, guionista y director de cine cubano

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