De nuevo la ujotacé: apuntes de un triste Congreso

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Y dijo el Che legendario, / como sembrando una flor:/ al buen revolucionario/ sólo lo mueve el amor. / Dijo Guevara el humano / que ningún intelectual / debe ser asalariado / del pensamiento oficial. / Debe dar tristeza y frío / ser un hombre artificial, / cabeza sin albedrío, / corazón condicional.

Silvio Rodríguez. «Tonada del albedrío»

Al rosario de incoherencias «memescas» del panorama político cubano se suma el XII Congreso de la ujotacé. Llega el evento carismático de jóvenes revolucionarios, con una decoración de colores pastel que recuerda lo mismo a los hippies de los años sesenta, que a la paleta de colores de Barbie. Acompañados por una presidenta que durante su concluido mandato parecía más preocupada por estrenar «modelitos» al estilo de la muñeca de Matel —impagables con un salario estatal—, que por abordar los problemas de los jóvenes a los que decía representar.

En el Congreso, los delegados repetían una y otra vez: seguimos el legado de Fidel, la culpa la tiene el bloqueo, venceremos a los contrarrevolucionarios. El repertorio llega antes de, por aburrimiento o costumbre, levantar la mano en votaciones unánimes, con un entusiasmo desmedido en tono con el eslogan que no representa —me atrevo a decir— a la mayoría de los cubanos, ni siquiera a la mayoría de los jóvenes cubanos.

Mientras estamos en récord de cifras de migrantes y con una tremenda escasez, el eslogan del Congreso de los jóvenes ¿comunistas? fue: «Crea tu felicidad». Podría decirse que es casi un chiste para estar a sintonía con tiempos donde la felicidad parece radicar en irse de Cuba, y no precisamente en quedarse para acompañar el trabajo de ninguna organización de masas.

Podría decirse que es casi un chiste para estar a sintonía con tiempos donde la felicidad parece radicar en irse de Cuba.

Ahora, centremos nuestra atención en la composición gramatical del lema en cuestión: «Crea tu felicidad».  Se trata de una oración compuesta por un sujeto implícito (tú), una forma verbal en segunda persona del singular del presente, del modo imperativo (crea) y un complemento directo (tu felicidad). La oración deja entender que se trata de una felicidad individual, que debes construir por ti mismo. Ya no hablamos de una felicidad colectiva y socialista, donde nos importa el problema del de al lado, donde desde la política pública se crean condiciones para una igualdad de puntos de partida, que, si bien su confusión con igualitarismo pasó factura por exceso durante la Revolución, ahora se esfuma cada día más.

Si hablo de Revolución como si del pasado se tratase, en contradicción con el discurso de continuidad nuevamente enarbolado en este Congreso, es porque, más allá del tono con que he decidido enfrentar este comentario, mi razonamiento se dirige a una zona un tanto más lamentable. El Congreso y las declaraciones del presidente de la República —a las que me referiré más adelante— llegan en un contexto de precariedad extrema para el pueblo, que se conjuga con el autoritarismo estatal que ya ni siquiera se esconde para perseguir disensos. No ahondaré en datos sobre el contexto del país, porque ya los he abordado en textos anteriores.

Coincido con el discurso general del Congreso; mi problema son los silencios u omisiones, la desconexión con la realidad y el intento de proyectar una imagen de «aquí no pasa nada». Coincido, por ejemplo, con el reclamo por Palestina que se esgrimió allí, con la afirmación de que son los jóvenes cubanos los que han estado al pie del cañón en los siniestros de los últimos años: Covid, Saratoga, Matanzas. Coincido también en la necesidad de denunciar el bloqueo contra Cuba, que sí tiene un peso enorme en la economía tanto del país como de las familias. En cambio, a pesar de que algunos de sus participantes en redes afirmen lo contrario, al Congreso le faltó —y empleo una categoría manida de la jerga partidista cubana— autocrítica.

Coincido con el discurso general del Congreso; mi problema son los silencios u omisiones, la desconexión con la realidad.

Nuevamente pareciera que en Cuba EEUU es el culpable de todo, como si no hubiera corrupción, burocracia, decisiones económicas desacertadas, falta de derechos políticos, un capitalismo de Estado que se implanta desde la dirigencia y mucho más de lo que un revolucionario debería preocuparse; pero no, a los revolucionarios de la ujotacé solo les interesa «el enemigo»: la contrarrevolución interna, es decir, todo el que disiente, que para ellos son la misma cosa; y el enemigo internacional.

Hace muy poco publiqué en La Joven Cuba el texto: «Exilio, inxilio o una metáfora para los que no tienen avión». En dicha crónica hago una crítica a la visión capitalista de los manuales de autoayuda, a esa positividad tóxica que disfraza de problema de salud mental los efectos de la acumulación de riquezas en pocas manos, que condenan a muchos a la pobreza, el desempleo y la inexistencia de una vida digna. En ese mismo texto me refería a la cara cubana de esa moneda: el discurso triunfalista, la exigencia de resistencia a un pueblo que no puede más.

Poco antes de mi texto sobre la positividad tóxica, este medio publicó también mis consideraciones y experiencias respecto a la ujotacé, donde decía claramente que los comunistas en Cuba no están en el gobierno. Como arte de magia, la realidad supera la ficción y la ujotacé me da un Congreso en cuyo argumento se mezclan las tesis de mis dos textos: la ujotacé no representa a la juventud cubana, no es vanguardia de nada y sí continuidad de un discurso anquilosado en el espacio político cubano.

No hay mayor positividad tóxica que decirles a los jóvenes cubanos que «creen su felicidad» con tres y cuatro trabajos para malvivir, cuidando a sus padres o abuelos a falta de los hermanos que se fueron y de políticas estatales efectivas, con cada vez menos espacios asequibles para el esparcimiento, conviviendo en una casa con dos y tres generaciones y sin esperanza alguna de emanciparse, a no ser emigrando. Como si la felicidad se tratara solo de un día decidir ser feliz, aunque todo lo que te rodee sea fuente de infelicidad.

Como si la felicidad se tratara solo de un día decidir ser feliz, aunque todo lo que te rodee sea fuente de infelicidad.

En su alocución de clausura, Miguel Díaz Canel dijo diferentes frases que son banderas rojas. Comenzó de manera predecible: «Cuánta razón tenía Fidel». Sabiendo que no es una figura carismática, echa mano de personalidades legitimadas en el imaginario popular.

«Los jóvenes cubanos encontraron su Moncada y lo asaltan todos los días», y sí, buena parte de esos jóvenes encontraron su Moncada en las rutas inseguras que siguen enfrentando para llegar a esa «felicidad». «Son jóvenes los que enfrentaron en las calles la violencia inducida por los adversarios de la revolución», con lo que continúa criminalizando a los manifestantes del 11J, mientras se niega a reconocerlos como presos políticos y no hay pronunciamientos sobre la posibilidad de una amnistía. «Los que encabezan la batalla de ideas en las redes sociales»; esta frase nunca deja de asombrarme, porque cabría preguntarse sobre la efectividad de los llamados «cibercombatientes», y me refiero a resultados reales, basados en métricas, alcance y capacidad de influencia, contra recursos que se destinan a estas acciones.

También afirmó: «La migración joven deslumbrada por el espejismo capitalista que cree que no podrá realizarse profesionalmente en su patria». En este caso repito algo que dije en mi último texto: la decisión de un cubano de no regresar a Cuba está mediada por la política o por el hambre. El espejismo capitalista es el intento de tener una vida digna, que lamentablemente en las condiciones actuales del mundo es casi irrealizable en cualquier país, para quienes nacimos sin herencia. Por demás, es bastante reduccionista asumir la migración de esa forma y explicar su causa con el «deslumbramiento».

«Esos hijos de Cuba que eligieron su destino para el resto de sus vidas, porque hoy es el tiempo para hablar de los que están aquí y ahora». Así describe a la migración cubana. De nuevo el discurso dicotómico de los que se fueron y los que se quedaron, legitimando a unos y criticando a otros, como si ser cubano fuera un chip que se quita cuando te sellan el pasaporte. Pero, a fin de cuentas, se trata de un discurso que viene a refrendar la falta de derechos y participación política que tiene la migración cubana.

Resalta en las palabras del presidente una larga referencia a cómo todo es culpa del bloqueo. No hay, en cambio, una autocrítica mínima. Aporta, además, al estilo concepto de Revolución de Fidel, una definición propia de lo que es ser revolucionario, y sí, innova en el proceso: para Díaz Canel ser revolucionario implica defender al Estado cubano, el legado de Fidel, Martí, etc. A un revolucionario, además, le gusta el béisbol, pero también el fútbol y prefiere la música cubana en medio de la proliferación del mercado cultural internacional.

Resalta en las palabras del presidente una larga referencia a cómo todo es culpa del bloqueo. No hay, en cambio, una autocrítica mínima.

Ese criollismo en la definición de lo revolucionario, teniendo en cuenta que en Cuba se prohibía escuchar la música que venían del norte, es para mí, cuando menos, preocupante. Ser revolucionario no debería ser cosa de masas homogéneas, donde se pierde el individuo y la validez de la experiencia y la historia personal. A veces me cuestiono si de tanto que la burocracia repite consignas de sus héroes y mártires para legitimar su discurso, llega a entender de verdad el contenido estas.

Dijo Guevara que los revolucionarios están movidos por grandes sentimientos de amor. Dijo Fidel que «Revolución es cambiar lo que debe ser cambiado». Todos intentaron definir con conceptos, encapsulados en grandes piezas de oratoria, cómo debería ser el otro. Pero tengo la percepción de que en el proceso hicieron del revolucionario un ser intocable y superior; metieron al revolucionario en una vitrina y lo condenaron a la momificación.

A estas alturas, tras comprobar que la izquierda también puede ser contrarrevolucionaria, cualquier persona que pretenda participar del curso de la historia debe romper la vitrina y cuestionarse sus referentes. De no ser así, se corre el riesgo de las categorías, el riesgo de tratar la realidad como si estuviera escrita en un manual, de respirar el aire contando las partículas, de dar un beso pensándolo trascendente, de hacer por los demás, cuando en realidad es el ego del supuesto revolucionario el que hace. No obstante, si los congresistas de la ujotacé van a encarnar la narrativa de lo que un revolucionario es, según sus referentes, les traigo malas noticias: en la Cuba precarizada y capitalizada, solo los burgueses y burócratas tienen garantizada la felicidad. 

2 COMENTARIOS

  1. La historia de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba en la última década es la de un suicidio político en cámara lenta. Algo diré en defensa de su dirección, la mayor responsabilidad no radica en su secretariado nacional, sino en el Partido Comunista de Cuba y la dinámica de control que estableció sobre ella, transfiriendo a los jóvenes todos sus defectos y dando poco paso para la iniciativa y la espontaneidad. Este es un problema del Partido, más que la UJC.

  2. ¡Magistral! La UJC y demás organizaciones similares para mi significan y representan lo mismo: Nada; sencillamente la muestra inequívoca de la estupidez. Y mientras tanto, la vida que se nos va.

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Lisbeth Moya González
Lisbeth Moya González
Periodista y escritora marxista cubana

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